Mediante Real Decreto de la Reina Isabel II, el 8 de noviembre de 1849 se crearon los primeros Guardas Jurados que debían ser «hombres de buen criterio y prestigio entre sus gentes, que cuidaran como suyo lo que era de los demás y en los campos existe, pues no cuanto hay en el campo es de todos». Al principio tenían como misión vigilar cotos, villas, fincas, parques y pequeñas áreas rurales, de ahí que se considere esta figura como la antecesora del actual «Guarda particular de campo».
Desde la adaptación de la orden de Guarderío Rural del 9 de agosto de 1876, el cuerpo de la Guardia Civil y el de los guardas tienen una estrecha vinculación, que perdura en la actualidad. El Guarda, subordinado de la Guardia Civil, actuaba en colaboración con este, ganándose una imagen de vigilante fiel, recio, duro, un hombre que no tenía miedo, que colaboraba en todo con la ley y se convirtió en una herramienta imprescindible y de máxima efectividad en cuanto a las cuestiones de orden público.